La trinchera
Contaba el mito, lumbre de
incestos y proezas, que en esa plaza, hace muchísimos años, había habido una
gran batalla. La única prueba de ello era esa trinchera repleta de colillas de
cigarrillo, petacas de whisky y formas extrañas en la tierra. Nada más poderoso
para el acrecentamiento de un mito, que su improbabilidad de ser probado bajo
las leyes de la ciencia moderna.
Decían, en la municipalidad, que
traerían expertxs para que se encargasen de verificar la procedencia de esas
formas talladas en la trinchera, pero aún tantos años después y como toda
municipalidad, todavía no cumplían su promesa.
Por otro lado, la urgencia no era
de la partida, ya que si bien nadie podía entrar en la trinchera, nadie deseaba
hacerlo. Toda la ciudad quería saber la verdad de lo que había pasado en esa
plaza, quienes se habían enfrentado y por qué. Nadie sería, la lógica comunitaria
y biennacida indica, tan canalla, de meterse siquiera a recoger las petacas de
whisky y las colillas de cigarrillo que el viento y la lluvia depositaban en
ella, por miedo a modificar esas formas. Eso podría conducir a que, llegado el
momento de cumplir promesas electorales, ningún/a expertx logre identificar su
procedencia.
Así que allí estaba la trinchera, desolada, insensata y a la
espera. De día era observada por muchxs transeúntes, mientras que de noche,
solo se la podía encontrar reflejada en las pupilas de dos.
Es que por las noches, la
municipalidad cerraba las rejas y prohibía el acceso a la plaza, pero había dos
personas que, cada tanto, se encontraban allí. En la trinchera. El ritual era
simple y consistía en que, cualquiera sea el que llegase primerx, esperaba al
otrx con un entusiasmo desmedido y unas ganas inservibles de contar aquel
secreto.
Harry y Tique se encontraban cuatro
días al año, en el día que comenzaba cada estación. Allí estarían el primer día
del verano, el primero del otoño, del invierno y de la primavera. Ese era el
trato, y empezaron cumpliéndolo como fieles religiosxs.
El primer encuentro se dio en
invierno; comenzaba debajo de la luna y adentro de la trinchera, para ellxs
dos, juntxs. Iba a ser una noche especial para Harry, y él suponía que también
para Tique. Harry se encontraba en su habitación, dubitativo. Le aterraba ese
encuentro y temía que Tique saliera corriendo, asustada por cualquier cosa. Dudó
unos cuantos minutos qué ropa ponerse, quería vestirse con ropa nueva, pero a
la vez sabía que la cita era en una trinchera medio abandonada, llena de
tierra, mugre y formas. Así que optó por unas zapatillas deportivas, unos jeans
desgastados y viejos, una remera agujereada (total Tique no la iba a ver,
pensaba) y un buzo encapuchado, color negro. Era una noche de bufanda y
campera, pero los nervios también abrigaban.
Habían quedado en encontrarse a
las 23:45 en el único sector de la trinchera que no tenía formas. Así que a las
23:00 Harry ya estaba de pie frente a la trinchera, mirando la lona que la cubría,
como todas las noches, para evitar que la lluvia y el rocío modificaran las
formas de antaño.
23:40 vio una sombra treparse a la reja y caer del lado de adentro de la plaza.
Trastabilló con su pie izquierdo y se volvió a poner en forma, para dirigirse
con vehemencia hacia él. Harry no sabía si era algún guardia parque o si era
Tique, y volvió a sentir la sensación de indecisión en su accionar. No sabía si
salir corriendo o si esperar a que fuese
ella, por fin.
Tique había sido precavida, y
había llevado una frazada, para dejar el menor rastro posible de su estadía en
la trinchera. Harry se quedó anonadado ante esta situación. Definitivamente
ella también pensó en ese momento previamente, aunque no fuese de la manera en
la que él había pensado. Seguramente no, volvió a pensar.
Hasta ese momento no habían
hablado. No querían hacer ruido. Además de que temían ser atrapadxs y condenadxs
socialmente por toda la ciudad, también le temían, profundamente, a que otra
gente se enterase de su secreto, y copiase esa especie de clandestinidad
gozosa. Ese lujo de alcance prohibido y negado a los mortales.
Harry se agachó suavemente, sin
quitarle los ojos de encima a Tique. Ella dio un vistazo a su alrededor, respiró
hondo y volvió a dar otro vistazo de 360 grados. Volvió su mirada hacia Harry,
que estaba de cuclillas esperando su señal, y se la lanzó. Harry respondió destrabando
el gancho que unía a la estaca con la lona, siempre tratando de hacer el menor
ruido posible.
Tique tiró la frazada con una
seguridad increíble. Eso hizo pensar a Harry, no es la primera vez que hace esto, seguro, seguro!. La frazada cayó
abierta de par en par, tapando el único lugar liso que había en la trinchera. Sin
duda Tique tenía experiencia.
Primero se lanzó Tique, decidida,
rapaz, y luego se lanzó Harry. Era un salto corto, pero a su vez era un salto
que nunca nadie había dado. Esa trinchera, después de la gran batalla, se había
mantenido virgen, y ellxs estaban incumpliendo un contrato social. Pero lo
hacían por una buena razón. O al menos, aquello intentaron creer.
Una vez abajo, Harry se paró y colocó
el gancho nuevamente en la estaca, de tal manera que la trinchera volvió a
estar cubierta, como si nada hubiese pasado, pero con ellxs debajo, entre la
lona y la frazada, sentadxs.
-¿No es tu primera vez, no?- El
primero en hablar fue Harry.
-¿Mi primera vez de qué? ¡Claro
que sí!-
-Parecías una experta con la
frazada, ya el hecho de traerla no es poca cosa.-
-Ja! Si, tuve suerte, cayó justo.
A mí también me da gusto verte.-
Se notaba una tensión debajo de
esa lona. Entre la agitación por el salto y el medio a ser descubiertos,
existía el rencor.
-A mí también me da gusto verte,
Tique, realmente estos dos años te favorecieron- lanzó el primer halago.
Sonrojada responde con otro
halago.
-Gracias, Harry. Veo que te
cortaste el pelo, te queda bien.-
Harry se moría de ganas de hablar
de literatura, de autores, de política, de observarla, de pensarla, de besarla,
de tocarla. Eran tantas las cosas que había planeado hacer, que no supo por
cual empezar. Se respiraba una incomodidad insuperable ahí abajo. Cuando
llevaban 15 minutos de silencio, se escucharon los pasos de unas botas en la
tierra, lo deschabaron las ramas quebrándose a cada pisada.
El guardia parque salía de la
garita, cada tanto, a fumarse un cigarrillo y a tomar una petaca de whisky. Es
normal, después de todo había que soportar la noche, la soledad y el frío, y Harry
lo entendía.
-Tengo que volver, esto no está
bien, nos van a atrapar y Dick me está esperando- sollozó Tique.
No dio lugar a una respuesta de
Harry, se levantó, sacó el gancho de la estaca, corrió la lona y trepó hacia la
superficie. Era como salir de abajo del agua y respirar, a diferencia que en
este caso, la libertad estaba dentro de la trinchera, y en la superficie no
había más que la rutina monótona y asfixiante. Harry también se levantó y trepó,
se sacó el buzo negro encapuchado, se recostó en la tierra, estirando el brazo
dentro de la trinchera, para poder sacar la frazada sin dejar ninguna forma
nueva, ninguna huella, ningún rastro de ese secreto.
Se despidieron con un beso tímido
y quedaron en verse el primer día de la primavera. Faltaban tres meses, pensó
Harry, triste. Luego recordó que, al menos, era algo.
En esos tres meses en la vida de
Harry pasaron cosas. Conoció mujeres, pero a la mayoría las desconoció para la
segunda cita. Escribió cuentos, poemas, décimas. Salió a caminar de noche, le
gustaba caminar de noche. Creía que allí, en la noche, era todo más sincero. Allí, en la noche cerraban
las escuelas y abrían los bares, cerraban las fábricas y los obreros se iban a
dormir. Esa era la metáfora angustiante que Harry hacía de la noche. Hay gente a la que le gusta la angustia, y Harry
era uno de ellxs. De noche el sol no quemaba, aunque él estaba convencido que
la luna quemaba peor. Era la que solía dejar cicatrices. Mientras tanto él saludaba
a los recolectores de basura que pasaban a la misma hora por las mismas calles
de la ciudad, y hasta les convidaba de su petaca de whisky, de su lata de
cerveza, o de sus lágrimas agrias y descubiertas.
También solía ir a la plaza a ver
la trinchera, desde lejos, del otro lado de las rejas. Solía pararse en la
esquina de la garita del guardia parque a tomar de su petaca, y a mirar para
adentro de la plaza, hasta que Martín, el guardia parque, salía en busca de un
trago y una conversación.
Pasaron las noches y se hicieron amigos, y se hizo costumbre hacerle compañía en la garita. Eran noches muy entretenidas, de historias inventadas y tragos de whisky. Los dos sabían que estaban escuchando una historia inventada, pero, después de todo, eso era lo que iban a buscar.
Martín era la única persona que
acercaba a Harry y Tique, sin siquiera darse cuenta. Con una simple
conversación, Harry estaba cerca.
-Dígame, Martín ¿Hace mucho trabaja
de esto?-
-Toda mi vida adulta, pibe. Respondió
el guardia parque con un tono cansino. Y prosiguió:
-Para este tipo de laburos, ser
solitario es una bendición. No extrañas a nadie, me refiero, a nadie que te esté
esperando. Pero ser solitario también
tiene su lado malo, pibe.
Harry, que estaba entrando en la
vida adulta de la soledad, escuchaba atento, como si la película estuviese en
su desenlace vital, las palabras del viejo guardia parque, pero no aguantó la
ansiedad y preguntó:
-¿Qué es lo malo que puede tener ser
solitario? No le encuentro nada malo.
Con una sonrisa nostálgica, como
si se escuchara de joven en los dichos
de Harry, y sin levantar la vista del cigarrillo que acababa de pisotear con la
suela de su bota derecha, Martín respondió:
-A tu edad, nada. La soledad,
como todo en esta vida, se sufre de viejo. Esta conversación ya existió, ¿sabes?
Simplemente que yo estaba del otro lado de la reja, y acá, en esta garita,
estaba don José, un guardia parque solitario (no se puede ser de otra manera en
esta profesión), que murió solo y triste, como mueren los héroes.
-¿Fue hace mucho? ¿De qué murió?-
Preguntó Harry, entusiasmado y asustado. Como siempre que algo le resonaba
dentro del cuerpo.
-Murió el día anterior a que yo
lo suplantara- Hizo una pausa para tragar saliva mezclada con lágrimas y poder continuar
la historia:
-Don José decidió cuándo morirse.
Tenía deudas, ¿sabes?- Cada vez que Martín frenaba con un “sabes”, estaba
ganando tiempo y metiendo lentamente sus lágrimas para adentro.
-¿Se suicidó?- Preguntó un Harry
cada vez más compenetrado en la historia.
-Nunca le gustaron los trenes,
los odiaba, ¿sabes? De pibe viajaba
mucho, era una familia humilde que rebotaba de ciudad en ciudad, y cada vez que
se subía a un tren era para una mudanza, un “hasta nunca” de sus amiguitxs, de
sus barrios, de su gente. Odiaba a los trenes, y decidió que fuera uno de esos
canallas el que le quitara, de favor, su vida.
Harry estaba inmóvil, lo había
conmovido la historia que Martín le había contado. Era perfecta, tenía un buen
final, pensaba, y tenía miedo de tentarse antes de tiempo.
-Dura la historia de Don José,
ahora sé por qué para él era malo ser solitario de viejo, pero no sé por qué lo
es para usted- retrucó Harry, en busca, quizás, de otra historia conmovedora.
-Siempre me gustó estar solo,
incluso cuando vivía con mis padres, salvo cuando me enfermaba. Cuando una
gripe me codeaba, me gustaba estar acompañado, es bueno que te traigan un té y
te acaricien la cabeza. Ser mayoría, viste. La gripe contra vos y alguien más.-
-¿Está engripado?- Preguntó
Harry, sabiendo la ingenuidad de esa pregunta, y esperando una respuesta
agonizante.
-Me estoy muriendo, pibe,
¿sabes?, me estoy muriendo- Respondió el guardia parque y Harry no sabía si lo
decía contento o triste.
Esa noche, Harry entendió que la
vida es un castillo que se construye con heridas, y que mientras más heridas
tenga una persona, más recordado va a ser su paso fugaz por la vida. Cada vez
le interesaba menos ver a Tique, pero donde hubo una pasión hay un orgullo.
Eran las 23:15 del último día del
invierno, Harry estaba vestido como quedó del día, y dudaba si ir a darle la
bienvenida a la primavera a la trinchera, con Tique.
Llegó a las 23:30 y decidió
esperarla del lado de afuera de la plaza. Se le ocurrió ir a saludar a Martín,
de ahí tenía una vista perfecta de la zona de la trinchera que no tenía formas,
por lo que era cuestión de verla llegar, despedirse del guardia parque y trepar
la reja del otro lado.
Harry notó a Martín desmejorado, más
amarillo que de costumbre, con las uñas largas y desparejas, la camisa afuera
del pantalón y un notorio aliento a alcohol. Martín, al ver la presencia de
Harry, intentó pararse para saludarlo, pero solo despegó su cola cuatro
centímetros y se dejó caer nuevamente. No estaba en condiciones de mantenerse
parado.
Al ver la situación, Harry sacó
de su mochila una botella de agua, que tenía preparada en caso de que Tique
tuviera sed, y se la arrojó entre las rejas, pero se la arrojó lejos, a una
distancia que Martín no pudiera alcanzar sin pararse. El viejo y borracho guardia
parque desistió de su intento por levantarse, y Harry, aprovechándose de la
genialidad que se le acababa de ocurrir, trepó la reja y cayó adentro de la
plaza, recogió la botella de agua y se la dio en la mano a Martín.
-Gracias, pibe, pero vos no podes
estar acá, ¿sabes?-
-Y usted no puede estar borracho,
¿sabe?-
Harry era un viejo zorro, a pesar
de su corta edad, y Martín se había convertido en un conejito vulnerable.
Pareciera mentira, pensaba Harry, la templanza y la vitalidad de una persona
solitaria es mucho mayor cuando la vida le rechaza los deseos.
Ya eran las 00:32 y Tique no
había llegado, Harry le dio la bienvenida a la primavera con su viejo amigo Martín.
Intercambiaron bebidas. Harry tomaba de la petaca de whisky de Martín, mientras
que el viejo guardia parque bebía de la botella de agua que hubiera sido para
Tique, si hubiese cumplido su promesa.
Habían pasado dos meses desde que
Tique plantó a Harry en su cita primaveral. Pero Harry seguía yendo todas las
noches a hablar con el viejo solitario. Sin embargo, esa noche fue distinta.
Harry se enteró de dos noticias que lo iban a dejar sin aire:
-Pibe, esta es la última semana
que nos vamos a ver- Empezó la conversación el guardia parque, con un tono
superador, como sabiendo que, en realidad, no era tan grave el motivo de esa
despedida.
-¿Se va a morir, Martín?-
Pregunta ansioso Harry, con sequedad en la garganta.
-Sí, y vos también, y la piba con
la que te escondes en la trinchera también, pero no es ese el motivo.-
Harry estaba sorprendido, Martín
nunca había dejado de ser un viejo zorro, y sabía lo de él y Tique. Por un lado
se tranquilizó al saber que el guardia parque era un buen amigo, y por el otro
se ruborizó, por tratar de tomar de conejito vulnerable a un viejo zorro
solitario.
-Veo que sabe lo de mi escondite,
le pido las más sinceras disculpas, Martín. Estaba embobado con ella, y era la
única manera en la que ella accedía a vernos, y usted sabe, a nosotros, los
solitarios, cuando nos disparan nunca le erran.-
-Tranquilo pibe, yo ya se todo,
vos estas embobado con ella, pero ella está comprometida, la veo caminar a la
mañana temprano, cuando yo estoy terminando el turno, ella sale con ese otro
pibe. Pero no es feliz, sabes. Le falta algo.-
-¿Es linda, verdad?-
-Tenes buen gusto, y también
tenes suerte de que yo no tenga veinticinco años menos, ja!- Se reía Martín, ataque
de tos mediante, mientras continuó diciendo:
-Mirá, el tema es así. La semana
que viene, la municipalidad viene con expertxs para que estudien la trinchera.
Mejor dicho, las formas de la trinchera. Eso va a ser el miércoles de la semana
que viene, luego de eso, mi trabajo está cumplido; tenés cinco días para hablar
con ella y decirle que su “nidito de amor” va a desaparecer como tal.-
Harry saltó la reja como si fuera
un preso que se estuviese escapando de la cárcel, el último día de su condena.
-No podes estar de este lado,
pib…- Harry no dejó terminar la frase a Martín y le ofreció un abrazo duradero
y sincero. El viejo zorro lo aceptó y lo abrazó como si fuera el último abrazo
que daría en su vida, la última muestra de vida que tocara, el afecto más
grande que se llevaría a la tumba. Lloraron, los dos sabían la importancia que tenía
ese abrazo, pero a ningún lobo solitario le gusta que lo vean llorar. Se dieron
vuelta los dos, rápidamente, disimulando sus lágrimas, y se despidieron de
perfil. Harry dio unos cinco pasos, esperó que se le secasen las lágrimas y dio
media vuelta.
-Martín, ¿le puedo pedir un
último favor?-
-Yo le aviso, pibe, ¿sabes?... despreocúpate-
-¿Para el martes?-
-¡Para el martes!-
Eran las 20:30 de ese bendito y
maldito martes, Harry sabía que ese día iba a ser especial, por varios motivos.
En principio, la iba a volver a ver a Tique, pero también iba a ser la última
vez que se metiera en la trinchera, ya que al descubrir el origen de sus
formas, la iban a rellenar, para tener una plaza completa. Y también iba a ser
la última vez que iba a ver a Martín, su viejo zorro y solitario amigo.
Parado frente al espejo, se
miraba sabiendo que lo que veía del otro lado, no lo iba a volver a ver. Era un
día clave, de esos días que se marcan en los calendarios. Esta vez eligió ropa
nueva. Vale aclarar que la ropa nueva de Harry era la que tenía uno o dos
meses. Agarró una mochila grande y escondió en su interior muchas cosas. Una
frazada, una botella de agua y una petaca de whisky. Y un libro de Leonardo
Padura llamado “el hombre que amaba a los perros”. Quería hablarle a Tique
sobre Trotsky, pues le parecía oportuno. Después de todo, ellxs también estaban
escapando.
A las 21:04 llegó a la garita y
se paró del lado de afuera de la reja. Ahí estaba Martín, resignado, cansado,
sentado en la silla, y con el codo apoyado en la mesita. De esa manera podía
sostener su pera con la mano derecha, mientras que con la otra jugaba con el
manojo de llaves. No se percató de la llegada de Harry sino hasta que éste le lanzó
un silbido.
La cara de Martín se transformó
inmediatamente. Sin duda, Harry ya era parte de su familia, era la única
persona que le hablaba, lo escuchaba, y lo entendía.
-Hola, pibe, no pierdas tiempo,
te están esperando.-
Harry no lo podía creer, estaba
tan contento que las primeras dos veces que intentó trepar la reja, se resbaló
y trastabillo, cayéndose ambas de cola al piso y ante la mirada atónita del guardia
parque. Harry tomó impulso e intentó una tercera vez, más sereno, pero con la
misma sonrisa dibujada en sus labios. Lo consiguió entonces, y es ahí que fue
en busca de un abrazo. El viejo zorro le cerró la puerta de la garita, y desde
la ventanita de la puerta, le recomendó que se apurase, que lo estaban
esperando. Así insistió.
Harry se quedó con ganas de
abrazarlo, pero más ganas tenía de ver a Tique, así que corrió y llegó a la
trinchera. El gancho ya no estaba puesto, ya que no había que engañar a ningún guardia
parque. Solo a Dick.
Tique estaba sentada con la
espalda en una de las paredes de la trinchera, sin frazada debajo. Al ver esa
imagen, Harry tuvo una sensación de felicidad que solo había sentido una sola
vez. La primera vez que recordó un sueño feliz, con una vieja novia. Recordaba
ese sueño cada vez que hablaban de amores, pero nunca volvió a sentir una
felicidad como aquella, la que sintió la primera vez que lo recordó, justo esa
mañana, al despertar.
El sueño era simple y era el
siguiente: Harry estaba en un vecindario de calles angostas que no tenían
esquinas. Eran largas, como eternas veredas de casitas similares y ventanas
rectangulares a la altura del ombligo. Una de esas ventanas era la de esa chica
tan deseada por Harry, en aquel momento de efervescente adolescencia. Harry
caminaba por esa cuadra interminable, sabiendo que una de esas ventanas era la
de esa chica, y sabiendo que nunca iba a dejar de caminar esa vereda eterna.
Siempre iba a estar cerca de ella, a través de una ventana que, sueño mediante,
nunca supo cuál era.
Esa sensación de felicidad fue la
misma que sintió al ver a Tique, sentada adentro de la trinchera, y mirándolo
desde abajo. Harry se sacó la mochila y se la lanzó a ella, para luego saltar él.
-¿Qué tenes para decirme de
Trotsky?- Empezó a indagar Harry.
-No tenemos tiempo, en una hora
tengo que volver a mi casa, Dick está haciendo la cena.-
-¿Por qué haces esto?- continuó
indagando Harry.
-Porque sos mi escape perfecto, y
todxs necesitamos escapar- Respondió Tique, no tan segura de lo que acababa de
decir.
-Trotsky también.-
Cuando Harry estaba abriendo la
mochila para sacar el libro, Tique le empujó el brazo y le pegó una cachetada
en la cara, Harry se quedó mirándola, sin entender su accionar. Pero ella
tampoco lo entendía. Se miraron veintitrés segundos y en el número
veinticuatro, no aguantaron más. Tique le dio un beso largo. Las lenguas se
cruzaban y se combatían, mientras caían gotas de sudor en la tierra. Nunca
abrieron los ojos. Se besaron a oscuras y con los ojos cerrados durante siete
minutos. Harry amasaba los considerados senos de Tique de una manera
profesional, por encima de la blusa naranja con pelos blancos de algún gato. Ella
respiraba profundo y en el oído de Harry. Había poco espacio asì que, como
pudo, Harry se desabrochó el cinturón, después el pantalón, y después decidió desabrochárselo
a Tique, pero fue ahí que notó que ella ya tenía el pantalón desabrochado y
algo bajo. Con una mano la agarró del pelo lacio, largo y negro, tiró para
atrás de su cabeza haciéndola chocar con la pared de la trinchera y llenándole
el pelo de tierra, y metiéndole la otra mano en su pantalón. El dedo Fuck You
jugaba con su clítoris y Tique cada vez respiraba más profundo, hasta que
decidió ella también jugar con el miembro de Harry. Se lo agarró, y estaba
duro. Lo empujó para atrás, Harry se chocó la cabeza con la pared de la
trinchera, y con una mirada cómplice, Tique se le subió encima. Entró. Durante
cuatro minutos Tique cabalgó y cabalgó. No se dijeron una sola palabra y no
abrieron los ojos, se comunicaban por sudores y respiraciones profundas. Harry se
la quitó de encima y la dio vuelta bruscamente. Geométricamente era imposible
explicar que en un movimiento tan rápido una persona se diera vuelta adentro de
esa trinchera, pero sin embargo sucedió. Tique estaba arrodillada como si fuera
un perro, o más bien, una perra, y Harry también, detrás suyo. Entró. Harry tomó
con una mano nuevamente el pelo de Tique
y con la otra mano una nalga, y tiraba del pelo, y apretaba la nalga.
Las respiraciones profundas mutaron en pequeños gemidos y después de seis
minutos terminaron juntos.
Cuando salieron de la trinchera y
se pararon a observarla, notaron que habían dejado sus formas, y que se
mimetizaron con las formas que ya tenía la trinchera. Ahora no quedaba ningún
sector de la trinchera liso, toda la trinchera tenía formas, de soldados, de
batallas… de amores.
Tique empezó a sentir culpa y
salió corriendo para la garita, Martín estaba en la misma posición que al
principio, jugando con el manojo de sus llaves, cuando la vio trepar la reja y
caer del lado de afuera de la plaza. Harry inmediatamente hizo lo mismo,
siguiéndola, y se perdieron al doblar la esquina.
La persecución duró ocho cuadras.
En la octava, Harry dejó de sentir deseo verla, de hablarle y hasta de mirarla
a los ojos. El cazador había sido cazado, y una vez que el cazador se convierte
en presa, deja de afilar su lanza. Resignado, Harry empezó el camino de regreso
a la plaza. Iba pisando las hojas secas que caían de los árboles, quería
agregarle un sonido a su alma, y el alma de Harry se desgarraba cada vez más. Pensó
en la coincidencia del ruido de su alma desgarrándose con el ruido de la hoja
seca debajo de sus suelas, pero seguramente, pensó, el alma no hacía tanto
ruido al desgarrarse. Lo intangible e inexplicable se aferra a la memoria del
que gusta caer derrotado.
Era una ciudad tranquila, nunca
pasaba nada, por eso a Harry le sorprendió que, a esa hora, pasara una ambulancia
y dos patrulleros por al lado suyo, en dirección a la plaza. Lo primero que se
le vino a la mente fue que descubrieron su secreto, y ya imaginaba el título
del diario al día siguiente.
SECRETO EN LA TRINCHERA, pareja
de jóvenes es descubierta teniendo relaciones adentro de la trinchera, ante el
pasivo impedimento de un guardia parque borracho.
Tenía buena pinta.
Otra hipótesis era que hubiesen
ido lxs expertxs a verificar las formas de la trinchera. Tenía sentido. Quizás
era mejor hacerlo de noche, cuando nadie deambulaba por la plaza. Con buena
iluminación artificial todo era posible.
Cuando Harry dobló la esquina y
quedó de frente a la plaza, se dio cuenta que las luces azules de los
patrulleros, mezcladas con las luces verdes de la ambulancia, venían de la
garita de seguridad del guardia parque. Harry se quedó paralizado por un
instante, hasta que pudo reaccionar y salir corriendo hacia la escena del crimen.
Desesperado se metió por debajo
de la banda que separaba a la gente inexistente del cadáver de Martín, y lo vio
tirado en el pasto, con una petaca de whisky en la mano derecha y una sonrisa
cómplice. Está muerto, escuchó decir Harry a una de las personas que caminaban
haciendo sombra. La noche de Harry había sido fatal. Había conocido el cielo y
el infierno en pocos minutos, y varias veces. Logró el primer éxtasis al ver a
Tique esperándolo en la trinchera, besándola, penetrándola, sacudiéndola. Luego
descendió hasta el tártaro al verla huir, entre sollozos y culpas. Volvió a elevarse
a la octava cuadra, cuando entendió que había dejado de ser cazador para
convertirse en la presa, y descendió nuevamente al mismo tártaro, o quizás a
uno más hondo con la muerte de su viejo amigo, aquel zorro solitario. Sin duda,
un día para marcar en el calendario.
Eran las 12:35 del sábado y toda
la ciudad estaba expectante. La municipalidad iba a revelar el resultado de la
investigación que llevaran adelante aquellxs expertxs. Aquello que tanto habían
estudiado. Tique estaba sentada en el sillón, con el pelo húmedo y peinándose.
“siendo las 12:42 del corriente sábado 23 de agosto de 2032, tenemos el
agrado de comunicar a la sociedad, que las formas de la trinchera pertenecen,
en gran parte, a soldados…”
Tique se relajó y dejó de
prestarle atención a la radio, pasaron diez minutos de explicaciones cuando
empezó a escuchar algo que le puso los nervios de punta.
“… pero también tenemos la obligación de contarles que hemos verificado
un par de formas que no condicen con el 90% de las otras formas estudiadas, y
es probable que correspondan a otro período histórico y a otra batalla: Seguiremos
con la investigación…”
Tique salió de su casa, sin dar
explicación alguna a Dick. Sin embargo ella misma necesitaba explicaciones. Es
por esto que fue en busca de una respuesta, de tranquilidad y de esperanza. Fue
en busca de Harry.
Eran las 13:50 cuando Tique llegó
a la plaza. La misma estaba vallada y no se permitía el paso. Había periodistas
locales e internacionales echándole flashes y filmando a la trinchera, que
empezaba a ser famosa mundialmente. Tique empezó a los empujones y avanzó lo más
que pudo, hasta llegar a un grotesco policía desarreglado y algo cansado, que parecía
haber pasado la noche allí, en vela. El policía media 1,90 y pesaba 150 kg, por
lo que apenas le puso el brazo por delante a Tique, la frenó de golpe. Luego le
explicaría que nadie podía pasar ni ingresar a la plaza.
Tique no se podía quedar de
brazos cruzados. Le aterraba la idea de que la ciudad se enterase que ella infringió
la ley. Le aterraba pensar que Dick podía enterarse de su aventura con Harry. Se
le vendría el mundo abajo. Lo que Tique no sabía, es que eso era realmente lo
que necesitaba para liberarse.
A las 00:33, cuando Dick dormía y
la ciudad también, Tique salió enloquecida hacia la plaza, con la idea de
entrar a la trinchera y borrar las formas que ella y Harry habían dejado.
Marchaba todo bien, no había movimiento en la calle ni luces de patrulleros. Llegó
a la esquina de la garita y vio de lejos al nuevo guardia parque con el
uniforme. Realmente era más esbelto que Martín, pensó. Disimuladamente dio la
vuelta a la manzana, siempre mirando hacia la garita. El guardia parque nunca
se movió, siempre miraba hacia el mismo lugar, fijo. Tique entendió que nadie
había visto su presencia y trepó las rejas. Cayó silenciosamente del lado de
adentro de la plaza y desde un cuerpo a tierra, a medias ficticio, empezó su
marcha hacia la trinchera. Estaba a punto de sacar el gancho que une la lona
con la estaca, cuando escuchó un desesperado y voraz silbato. Giró su cabeza y
vio la luz de una linterna que cada vez se hacía más grande. Detrás de esa luz
que crecía, la sombra del guardia parque corriendo a toda velocidad hacia la
trinchera.
Desde aquella noche peculiar que
no se veían, y volvieron a verse en la escena del crimen.
-Señorita, usted no puede estar acá,
váyase o me veré obligado a sacarla a la fuerza.-
- Harry! Harry, soy yo, soy
Tique! -
-Señorita, ya me oyó.- le advirtió
Harry, mientras agarraba el Handy y apretaba un botón. Parecía dispuesto a
llamar a alguien.
-Harry, no podemos dejar que se
sepa todo.-
-Señorita, la pasión es
inocultable. Por favor, retírese.-
Finalmente Tique se fue,
resignada, y Harry volvió a su puesto de trabajo.
Abrió la puerta de su garita y se
sentó en la silla. Apoyó su codo derecho en la mesita y en consecuencia, su
pera en su mano derecha, mientras con la otra mano jugaba con el manojo de
llaves. Se le acercó un gato blanco que se sacudía el lomo, como si alguien lo
hubiese mojado, y se recostó en sus pies. Harry se paró, cerró la puerta de la
garita, se volvió a sentar y puso al gato blanco entre sus piernas. Lo acarició
y sonrió.
Desde las madrigueras...
Zerpiente.-
Desde las madrigueras...
Zerpiente.-
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